Ya podemos decir, sin riesgo a equivocarnos, que nunca olvidaremos (o siempre recordaremos) el 2020 (al menos su primer semestre). Pasará a la historia por ser el año del teletrabajo, la videollamada, la imposible conciliación, la educación on line, de Zoom, Google Meet, Microsoft Teams... También de cómo nos reconocíamos a través de los ojos y codeabamos nuestras emociones y sentimientos. Será el año del miedo, la prudencia, la desesperación, la crisis económica y de cómo se coló en el ritual de la muerte, de forma abrupta, el coronavirus. El año de la distópica NUEVA REALIDAD donde ya se evidencia que nuestro hueco humano se estrecha en favor de la asepsia integral que permite una vida más higiénica y preventiva. Como si vivir fuera algo que tuviera algo que ver con la falta de riesgo y dolor. La muerte pertenece indisoluble a la vida. Prevenir una es matar a la otra. En fin, y mientras Oihala Zabaltzen se debate en su sempiterna disgregación. Quizás no haya más Oihala Zaba